Conviene indicar que su título o advocación procede a todas luces del rezo de la Corona dolorosa, propagada por los Servitas a partir de 1617, si bien fue en el siglo XVIII cuando alcanzó mayor pujanza, gracias a las indulgencias concedidas por Benedicto XIII en 1724, Clemente XII en 1734, Benedicto XIV en 1747 y Clemente XIII en 1763. No en vano, en su particular Letanía cuenta con un versículo que La invoca como “espejo de paciencia”. (Columna y Paciencia, José González Isidoro)

María Santísima de la Paciencia es nombre que encierra a la virtud de sufrir con entereza los infortunios y trabajos, cristianamente opuesta a la ira. Actitud de fe (Cipriano, De bono patientae 13,4,655) y acto de fidelidad amorosa (Primera a los corintios 12, 4-7) que justifica la esperanza o, mejor, la perseverancia en la esperanza (Policarpo, Ad philippenses 8, 1-2), apoyada en la resurrección de Cristo.
Paciencia que, como revelación de la majestad divina, supera desde el punto de vista religioso a la que sólo es una forma de conducta ante la hostilidad del medio, resultado de la firmeza humana. Siendo uno de los frutos del Espíritu Santo, es decir, una de las perfecciones formadas por él en el creyente como anticipo de la gloria eterna.
La efigie de Buiza del año mil novecientos cincuenta y tres, es una imagen frontal que mira al espectador con el ceño marcado por un amplio entrecejo y unas cejas amplias, ojos de cristal negros, abiertos y levemente hundidos para insinuar tristeza sin afear, pestañas postizas de pincel de marta, seis lágrimas, separadas, tres y tres, por una nariz recta, boca entreabierta, simétrica, con los dientes superiores en inferiores tallados, así como la lengua. El pelo tallado, como es común en las vírgenes del siglo veinte.
El tronco hasta las caderas, apenas debastado, originariamente pintado de azul cobalto, con la firma del autor y la data final a la espalda, en rojo: “Fco Buiza / 1971”. De todo lo cual sólo se conserva un calco en papel.
Como es costumbre en las imágenes de vestir, la Virgen de la Paciencia tiene brazos de maniquí, es decir, desbastados y articulados a la altura de los hombros y los codos, con manos de quitapón talladas y encarnadas, abiertas pero algo flexionadas, con los dedos separados.
El candelero actual pertenece a la intervención hecha en mil novecientos noventa bajo la dirección del Gabinete de Restauración y Conservación de Obras de Arte, quien procedió a su restauración en quince de julio del noventa y acabando en veinticinco de enero del noventa y uno.
A parte de las sayas domésticas, María Santísima de la Paciencia cuenta en la actualidad con cuatro de vestir, las cuatro confeccionadas en el último cuarto de siglo. La más antigua corresponde a la del paño de pureza dieciochesco de Nuestro Padre Jesús en la Columna. Es de raso con bordados en oro y espejo, restaurada en el año dos mil seis por el taller de bordados Benítez y Roldán.
En la primavera del ochenta y dos, unos hermanos compraron a las monjas de Concepción una túnica bordada en pleno siglo dieciocho para San Francisco a base de oro, lentejuelas y azogues, salida al parecer de las manos de las propias concepcionistas carmonenses, quienes tuvieron taller abierto en torno a la figura de sor María de Castro. Trabajo que Antonio López Ortiz transformó en dos sayas, una originariamente de terciopelo Burdeos, pasada ésta a tisú de plata por el taller Benítez y Roldán en dos mil seis y otra azul, estrenadas en mil novecientos ochenta y seis.
La cuarta saya está realizada por el mismo López Ortiz con motivos de acantos estilizados a imitación del manto, entre fines del noventa y seis y comienzos del noventa y siete.
La Hermandad conserva y presta a la Virgen de Belén el canasto de una corona y un puñal del siglo dieciocho. La corona es barroca y el puñal rococó. De plata, sin marca ni punzón, como el puñal, que tiene empuñadura helicoidal decorada con rocallas.
Cuenta la Virgen de la Paciencia con dos coronas, ambas de plata sobredorada, una realizada por el orfebre José Jiménez, en mil novecientos sesenta, y otra por los hijos de Juan Fernández, en el ochenta y siete, y también con una diadema de aro con estrellas, ejecutada en el ochenta y tres por estos últimos.

(Extraído de: “Ordenada y veraz narración de los acontecimientos pasados y cosas memorables de la Cofradía de la Columna y análisis estilístico de sus imágenes y enseres”, de Antonio Lería editado por la Hermandad en el año 1.999).