La imagen de Santiago peregrino, patrón de España, preside el retablo mayor de nuestra iglesia, consagrada en honor de este apóstol, cotitular de nuestra Hermandad desde el año 2016, aunque desde la década de los 70, nuestra Corporación se encargaba de solemnizar sus cultos cada 25 de julio.
El bienaventurado viste a la romana con una túnica rosa llena de flores –como rasgo de pureza– y anudada a la cintura por una cinta verde. A imitación de los peregrinos medievales, se tapa con manto y esclavina blanca igualmente decoradas con vegetación y con la cruz del representado sobre el brazo. En la mano izquierda porta los Evangelios, signo de su apostolado, y en la derecha el bordón de peregrino con una calabaza. La imagen debió contar con una aureola y cayado de plata labrada, así como con un sombrero de alas con su concha en el frente que se dispondría sobre la cabeza, quizás de tela o de material noble. También pudo contar con una mochila o zurrón a sus espaldas. Todos estos apósitos desaparecidos le aportaban naturalidad y suntuosidad a la escultura.
Los rasgos de este santo simulacro responden con plenitud a la escuela de Pedro Roldán. Pudiéndose comparar –salvando la gran distancia existente entre ambos encargos– con las imágenes de san Miguel y san Roque que el maestro ejecuta, coetáneamente, para el retablo mayor del Hospital de la Caridad de Sevilla [1670-1674]. Como en ellas, Santiago avanzan una de sus piernas irrumpiendo en la escena con gesto abrupto y retrasando su cadera, al mismo tiempo que eleva uno de sus brazos por encima de la cabeza para recoger un bastón, generando una importante caída de hombros que da lugar a una sinuosa curva praxiteliana. Más allá de lo compositivo, la imagen carmonense hace uso del mismo patrón de manos –la zurda remite claramente a la del arcángel y la diestra a la del peregrino– y al mismo prototipo fisionómico de rostro: alargado, con rasgos marcados, barba apuntada, cejas y ojos apenas señalados, boca entreabierta y mechones de pelo cerúleos. Con todo, en el caso de Santiago –al ser un encargo de menor calado– la imagen oculta su anatomía bajo un sinuoso juego de pliegues movidos a la barroca, siendo el resultado más estático y su calidad técnica inferior. La imagen debió policromarse en el propio obrador, contando con un intenso trabajo de estofado sobre plata y oro. Este mismo prototipo se repite en los relieves del retablo, de manera que los fieles que se dispusiesen frente a la cabecera de la iglesia pudieran leer el conjunto como un cómic con viñetas.
Como venimos diciendo, la historiografía ha querido poner nombre al autor de Santiago Peregrino, llegándose a proponer que fuera obra del propio Pedro Roldán o de, un poco conocido, Matías de Bruneque. Debiéndose descartar el primero por las razones de calidad anteriormente expuestas y el segundo porque, aun habiendo podido tomar parte directa en el encargo, sus rasgos estilísticos particulares –al igual que la de cualquier otro miembro del taller– quedarían diluidos dentro del sello de lo ‘roldanesco’. De tal modo que la escultura debe entenderse como pieza de obrador.